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Las Ciudades Invisibles. Italo Calvino
Las Ciudades, al igual que los rincones o cualquier lugar nuevo que se visita, tiene algo distinto dedicado para cada uno. Llevan asociado un momento concreto, que sabe reaccionar con las sensaciones que traemos cuando las visitamos; entre el lugar y nuestros fantasmas, se crea una amalgama única que nos muestra, como en un espejo deformado nuevos detalles, sentimientos que corean lo descubierto y lo viejo, lo nuestro y lo de otros. Para quien no conozca las Ciudades Invisibles, de Italo Calvino, que piense en todos esos lugares que ha visitado a lo largo de su vida, que intente rescatar el recuerdo latente de aquellos sitios y se sorprenderá como cada rincón en el que estuvo, está marcado en su memoria con una sensación- a veces irreal, otras subrealista- Esto es lo que se muestra precisamente en este libro. Un conjunto de Ciudades inventadas, descritas por medio de sensaciones. Todas llevan nombre de Mujer y proceden de la descripción que un supuesto Marco Polo, le contaba, sentado en los jardines de palacio, a un curioso Kublai Kan, emperador de los tártaros. Es una lectura etérea, o como me gusta decir, lleno de sutilezas que nos adentra en la descripción de lugares a través de las sensaciones que producen, que el autor las describe como características de las Ciudades. Están clasificadas según los sentidos: Las ciudades y los Deseos, los ojos, la memoria, los signos….etc Y como muestra, he querido rescatar la descripción de Vadrada, espero que sirva de ejemplo:
LAS CIUDADES Y LOS OJOS . " Los antiguos construyeronValdrada a orillas de un lago con casas todas de galerías una sobre otra y calles altas que asoman al agua los parapetos de balaustres. Así el viajero ve al llegar dos ciudades. una directa sobre el lago y una de reflejo invertida. No existe o sucede algo en una Valdrada que la otra Valdrada no repita, porque la ciudad fue construida de manera que cada uno de sus puntos se reflejara en su espejo, y la Valdrada del agua, abajo, contiene no sólo todas las canaladuras y relieves de las fachadas que se elevan sobre el lago, sino también el interior de las habitaciones con sus cielos rasos y sus pavimentos, las perspectivas de sus corredores, los espejos de sus armarios. Las Ciudades Invisibles. Italo Calvino
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EL país de las últimas Cosas
Hoy, paseando por entre las palabras, me he topado con este extracto de una obra maestra. Aún estoy reponiéndome e intentando hacer que todas mis emociones se sienten en sus sillas y me dejen contaros la historia. Pero no hay manera, la cabecilla de todas ellas, de todos esos fantasmas, las tiene alteradas y anima sus piruetas sin cesar. En momentos como éste, me pregunto si habrá sido buena idea darles tanta libertad. Viento "Éstas son las últimas cosas —escribía ella—. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más. Puedo hablarte de las que yo he visto, de las que ya no existen; pero dudo que haya tiempo para ello. Ahora todo ocurre tan rápidamente que no puedo seguir el ritmo. No espero que me entiendas. Tú no has visto nada de esto y, aunque lo intentaras, jamás podrías imaginártelo. Éstas son las últimas cosas. Una casa está aquí un día y al siguiente desaparece. Una calle, por la que uno caminaba ayer, hoy ya no está aquí. Incluso el clima cambia de forma continua: un día de sol, seguido de uno de lluvia; un día de nieve, luego uno de niebla; templado, después fresco; viento seguido de quietud; un rato de frío intenso y hoy, por ejemplo, en pleno invierno, una tarde de luz esplendorosa, tan cálida que no necesitas llevar más que un jersey. Cuando vives en la ciudad, aprendes a no dar nada por sentado. Cierras los ojos un momento, o te das la vuelta para mirar otra cosa y aquella que tenías delante desaparece de repente. Nada perdura, ya ves, ni siquiera los pensamientos en tu interior. Y no vale la pena perder el tiempo buscándolos; una vez que una cosa desaparece, ha llegado a su fin. Así es como vivo —continuaba su carta—." Paul Auster. El País de las últimas cosas.
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El Lobo Estepario. Hermann Hesse
Pequeño Teatro
TÍTULO: | Pequeño Teatro. |
AUTOR: | Ana María Matute. |
DESCARGA: | Descargar PEQUEÑO TEATRO.pdf (http://unapaginadecine.iespana.es/) |
No recuerdo ningún libro que reflejara tan bien la melancolía latente de sus personajes. Con un escenario aislado, un pueblecito pequeño orientado siempre hacia el mar, pendiente de él, alimentándose del olor salado de las olas… es allí donde los personajes, atípicos, casi rozando esa locura que resulta entrañable, casi exagerados… es allí, donde se entremezclan pasiones, tristezas, melancolías… y todo un ejército de sentimientos tan intensos que lo arrasan todo.
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MOMO de Michael Ende
La estrofa de una canción infantil abre las puertas de este libro:
En la noche brilla tu luz. (Según una vieja canción infantil de Irlanda).
Michael Ende, autor también de La historia interminable, fue uno de esos escritores que supo escribir para niños sin hacer historias tontorronas ni moralistas. Consideró que sus lectores eran suficientemente inteligentes para leer historias que se saliesen de lo corriente y cotidiano. Momo es una historia fantástica que uno no sabe si encuadrar hace unos años, hoy mismo, o dentro de algún tiempo (y la propia novela juega a dar esa sensación, sobre todo en el epílogo). Una crítica a los tiempos en los que vivimos, en los que olvidamos las cosas realmente importantes y que nos hacen felices, y las sacrificamos a cambio de intentar conseguir más cosas. El ahorro del tiempo para disfrutarlo en un futuro que nunca llega, y la obsesión por tener más y no por ello vivir mejor, es el tema de la historia. La obra no es una explosión de arte ni de saber literario, no es una revolución del género fantástico, y desde luego no tiene mucha complejidad. Momo es una novela para niños, pero tan bien enlazada y forjada que puede disfrutarse siempre, da igual la edad que tengamos. Sin ser la mejor historia de Ende, sí que es una de mis favoritas. Desde el principio, la historia tiene algo que te cautiva. Al contarse desde la visión de la niña Momo, no es de extrañar que el relato sea bastante simple. Y es justo esa simpleza lo que empieza a engancharnos, porque Momo (y por fuerza su relato) ve y describe su mundo de la misma forma que nosotros lo hemos visto de niños, y de la misma forma que, de haber sabido, nosotros mismos lo habríamos descrito en nuestra niñez. Cuando la historia acaba, todo está ya dicho y atado. Y sin embargo Michael Ende se da el gustazo de añadir un brevísimo epílogo que da un último y genial giro de tuerca a la historia. Y todo ello sin moralina ni moraleja, simplemente con una reflexión sobre las cosas realmente importantes. Todo un gustazo de libro que se lee en un visto y no visto
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EL ESPEJO DE SUS SUEÑOS
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EL PRINCIPITO
EL PRINCIPITO.
– Por favor… dibújame un cordero… Cuando el misterio es demasiado impresionante, no es posible desobedecer. Por absurdo que me pareciese a mil millas de todos los lugares habitados y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma. Pero entonces recordé que había estudiado sobre todo geografía, historia, matemática y gramática y le dije al hombrecito (con un poco de mal humor) que no sabía dibujar. Me respondió: – No importa. Dibújame un cordero. Como yo nunca había dibujado un cordero, rehice para él uno de los dos únicos dibujos que sabía: el de la boa cerrada. Y quedé estupefacto al escuchar al hombrecito responderme: – No! No! No quiero un elefante dentro de una boa. Una boa es muy peligrosa, y un elefante es muy voluminoso. En casa es todo pequeño. Necesito un cordero. Dibújame un cordero. Entonces dibujé.
Miró con atención, y luego: – No! Este ya está muy enfermo. Hazme otro. Yo dibujé:
Mi amigo sonrió amablemente, con indulgencia: – Fíjate bien… no es un cordero, es un carnero. Tiene cuernos… Rehice entonces nuevamente mi dibujo:
Pero fue rechazado, como los anteriores: – Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo. Entonces, colmada la paciencia, como tenía apuro en comenzar a desarmar mi motor garabateé este dibujo. Y le espeté:
-Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro. Pero me sorprendí mucho al ver que se iluminaba el rostro de mi joven juez: – Es exactamente así que lo quería ! Crees que este cordero necesite mucha hierba ? – Por qué ? – Porque en casa es todo pequeño… – Seguramente le alcanzará. Te di un cordero bien pequeño. Inclinó la cabeza hacia el dibujo: – No tan pequeño… Mira! Se durmió… Y fue así como conocí al principito. |
La tregua de Benedetti
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